sábado, 14 de julio de 2007

05.- Pródromo.

PARABOLA DE LAS DOS PAREJAS DE NOVIOS QUE SUBIERON AL TEMPLO A ORAR.

Subieron dos parejas de novios con sus madres a hablar con el Párroco, preparar la boda y orar en el Templo.

ORACION DE PEDRO Y VERONICA.

Y puesto en pie, delante del Altar Mayor, el novio, Pedro, junto a su novia, Verónica, oraba a Dios diciendo: Gracias te doy Dios mío porque no somos como los demás novios.
Nosotros nos amamos, pero nos respetamos plenamente. Nunca nos hemos propasado, ni siquiera un ápice, en nuestras relaciones y en nuestra afectividad.
Ella es honesta y pura como las calas blancas y la luz del sol y yo me conservo incólume para el día y la noche de nuestra boda.
Oímos Misa juntos cada domingo sin faltar ninguno y comulgamos en ella, nos confesamos con frecuencia, cada quince días al menos, con el Padre Esteban y damos de nuestro peculio en todas las colectas.
Ni que decir tiene que Verónica viste con una honestidad casi monjil y una elegancia que le viene de casta y abolengo.
No bebemos ni nos emborrachamos en las fiestas, fines de semana, ni Bodas, como está hoy tan de moda, y ninguno de los dos sabemos a qué sabe la droga. Nuestras diversiones son sanas, montar a caballo, el golf, yo el frontón con palas para adelgazar y mantener el tipo, y los fines de semana a regatear o navegar con la mejor sociedad.
En invierno vamos a la nieve una semana a Los Pirineos y si podemos nos escapamos en coche a Francia o Italia o los Países Nórdicos.
Somos cumplidores de nuestros respectivos trabajos, yo llevo toda la gestión económica de la Constructora de papá y ella ya es Farmacéutica y regenta la Farmacia que era de su madre, pues la de su padre, será para su hermano Juancho.
Algunas veces vamos a la Cruz Blanca o a la Casa de Jesús de Emaús para ayudar a los necesitados, limpiarlos, lavarlos y darles de comer, y somos conscientes de que no tenemos que ayudar a los vagabundos de los semáforos, pues eso sólo es droga y perdición.
Por todo ello te doy gracias, junto con Verónica, que próximamente será mi mujer al recibir con toda solemnidad el Sacramento del Matrimonio en esta hermosa Iglesia y Parroquia que mi futura suegra ya se ha encargado de decorar con toda dignidad y fastuosidad, que realce el ceremonial de la celebración gozosa del Sacramento.
Y tras el viaje de novios, de un mes, por diez países, primero de Europa y luego el Extremo Oriente y América, nos vamos a instalar en nuestro chalet aquí cerquita de este Templo, para estar también cerquita de Ti.
Gracias te doy porque yo, recalcó el “yo”, no soy como José, mi compañero de clase, que siempre fue un golfo, y que ha dejado embarazada a la buenaza y tontona de María, su novia. ¡Vaya sinvergüenza! ¡Qué descalabro y deshonor para sus familias! Mejor les hubiera sido abortar en secreto y no dar ese alevoso escándalo y perpetrar esa infamia degradante para sus padres y hermanos, pero sobre todo para sus hermanas. ¡Pobrecillas!
Así terminó Pedro su “hermosa y sencilla” oración y sin arrodillarse siquiera, se volvió hacia su madre, para ver si ya había confesado, confesar él y entrar a la Sacristía para arreglar los últimos detalles sobre el “ceremonial”, lecturas, peticiones, música y cantos del Coro de la Filarmónica y demás detalles del protocolo.
No cantó el gallo. Ni tubo que llorar amargamente.

ORACION DE JOSÉ Y MARÍA.

Al fondo de la Iglesia, una chiquilla, apenas pasados los dieciocho años, ya mayor de edad, dignidad y gobierno, de autogobierno más bien, estaba sentada en el último banco, con la cabeza gacha, los ojos llorosos, el cuerpo inclinado hacía delante, mientras el novio de rodillas, sin levantar su cabeza, con lágrimas en los ojos, le decía al Señor: ¡Perdónanos Señor, y perdóname sobre todo a mí, porque soy un mal hombre y el causante de haber dejado embarazada a María, mi novia!
Así fue cómo, queriendo, es decir por voluntad clara, consciente y decidida de los dos y por egoísmo y comodidad de ambos, José y María, al negarse a aceptar la invitación de sus Monitores a seguirse reuniendo y formando con el grupo, un Cursillo de Acompañamiento, les dijeron , una vez cada quince día tras la misa del sábado, “le cambiaron los planes a la Providencia”, si se puede decir así, que les había esperado en el Cursillo de Prematrimoniales que acababan de hacer, para hacerles caer del caballo de su comodidad y falta de interés por todo lo que no fuera “su placer” y “su bienestar”, incluido el sensual y sexual, para transformar su desinterés absoluto de todo lo que fuera formación o compromiso religioso, alianza con Dios y entrega a los hermanos en la fe, y para hacerles conocer y trabar estrecha amistad con la completísima Ana y el equilibrado José Carlos, con la encantadora Mónica y el generoso Francisco Javier, con la delicadísima María y el brioso Pedro, con la simpatiquísima Chiara y el honradísimo Giorgio, con la entregadísima Magdalena y el transformado Pedro y con la apasionadísima Isabela y el cacho de pan de Juan Carlos. Y si la entrada en el grupo, a lo peor, no les hubiera servido para evitar el embarazo, que estaba ya asumido en los designios de Dios y de su Providencia, Dios escribe derecho con renglones torcidos, sí les hubiera servido para enderezar y clarificar su escala de valores y poner la proa de sus vidas rumbo sólo al amor y su amor, en la rosa de los mil y un vientos sueltos y dispares que soplan por el mundo y por sus avatares, rumbo sólo al Amor. Rumbo sólo al Amor. Y así, temerosos y arrepentidos, pero sin haber tenido “un encuentro vivencial” con el Señor, al terminar su corta oración José y asentir con sus lágrimas María, lloraron amargamente juntos, tras cantar el gallo por tercera vez.

TERMINACION DE LA PARABOLA PARA PARROCOS Y SACERDOTES.

ORACION DE DON ANDRES.

Don Andrés, el Párroco, que estaba oyéndolos desde dentro del confesionario, dónde esperaba a Doña Asunción para confesarla, y que había dispensado del Cursillo a los novios pues estaban muy bien “formados” religiosamente, conocían materia y forma del Sacramento, sus obligaciones y se habían educado en unos Centros muy cristianos, él en un Colegio de la Obra y ella en las Teresianas, y no necesitaban “perder el tiempo” con tanto como había que hacer para los preparativos. Todo ello a petición de Doña Asunción, benefactora en grado casi insuperable de su Iglesia, Colaboradora de Catequesis, pobres y Cáritas, Comedor de desvalidos, Costurero y Ropero y otras mil actividades que sufragaba con dinero o su ayuda personal, Don Andrés, digo, miró al Cristo, que colgaba del techo, en el centro de la pared del fondo de la Iglesia, reforma postconciliar, bajó los ojos algo humillado y con arrepentimiento sincero le dijo:
“Señor tengo una Parroquia casi modélica. Catequesis de niños para el bautismo, con obligación de venir los padres, le hago venir al menos alguna vez al marido, Catequesis de Primera Comunión y lo mismo para los padres, Grupos de Confirmación, Cáritas y Pobres, ayuda a los niños sin recursos para el material escolar, ancianos, Damas de la Caridad, Grupo de Liturgia y adornos del Templo, Legión de María, Grupos de Cursillos de Cristiandad, y no se cuántas actividades más en torno a la Evangelización de mis parroquianos. Estoy orgulloso, y hasta un poco pecaminoso me parece, de mis Catequistas, tantas y tan bien formadas, pues hay cursos de formación para ellas y algunas asisten a los Cursos de Teología para Seglares de la Diócesis. Pero novios, grupo de novios, preparación remota para el Sacramento del Matrimonio, Parejas de Matrimonios Jóvenes, Familias cristianas, Señor, tengo que confesarme culpable y olvidadizo, abandonados y dejados de la mano de Dios, o al menos de éste su Ministro, y la más pequeña de las Iglesias de Cristo, el embrión de toda tu Iglesia, las Iglesias Domésticas, las Familias Cristianas, padres e hijos como miembros de un solo cuerpo, que se hará el tuyo Místico, ni siquiera están en la inquietud de mi corazón.
He oído a Pedro y mi corazón ha zozobrado en dolor de abandono. Cómo puedo haber caído en tanta desidia y dejadez con los novios y los Matrimonios jóvenes. Oía rezar a Pedro y mi corazón empezó a retorcerse y deshacerse en el dolor. Perdón, Señor, perdón. Nunca más una pareja sin cursillo y veré cómo podemos, con unos cuantos matrimonios jóvenes, empezar a atender, llamar y preocuparnos por todos los que vengan a vivir a nuestra Parroquia.
Así fue como, sin quererlo, Don Andrés “le cambió los planes a la Providencia”, si se puede decir así, que esperaba a Pedro en el Cursillo para hacerle caer del caballo de su orgullo y arrogancia y tras cantar el gallo que llorara amargamente.
Y así fue como también Don Andrés, aunque aún no había cantado el gallo, lloró amargamente.

TERMINACION DE LA PARABOLA PARA PADRES Y MADRES CRISTIANOS, DE FAMILIAS QUE PRESUMEN DE CRISTIANAS.

ORACION DE LA MADRE DE PEDRO.

Doña Asunción, que oyó a su hijo Pedro, miro a Doña María de los Remedios, que asombrada veía a su hija al lado de él sin protesta alguna asintiendo con su silencio, miró luego miró a Pedro, luego a Verónica, y luego a Don Andrés, temerosa de que hubiera oído la oración de su hijito Pedro.
Luego miró al Cristo, colgado de la pared central de la Iglesia, al estilo postconciliar. Al fin bajó los ojos. Sólo pudo musitar casi en un murmullo:”Señor, perdónanos porque somos los padres de estos novios.”
Lo educamos en un Colegio carísimo. Entre las familias “mejores” y más cristianas de la Ciudad, bien es verdad que nosotros lo elegimos en un subconsciente muy consciente porque eran las más pudientes de la comunidad y así hacía las amistades que se merecía por su categoría social. En casa procuramos siempre hablar bien del Papa, de los Curas y de la Iglesia, íbamos a Misa cada domingo y se comulgaba con frecuencia, bautizos, Primeras Comuniones y Bodas se celebraron todos con religiosidad, eso sí, con cierta prepotencia de poder y dinero, con fiestas de invitados, trajes, regalos, banquetes y toda esa parafernalia que hoy “hay que tener” para no quedarse atrás en la sociedad en que vivimos y para que nuestros amigos y sobre todo nuestras amigas, hablen del derroche y de cómo se tiró la casa por la ventana en la celebración. Eso que se resume en “quedó muy bien y muy elegante”. Nunca hubo una fiesta tan chic cómo esa. Asunción se cuidó hasta de los más pequeños detalles. Hay que ver las florecillas en cada servilleta o el cenicerito de plata con la fecha de recuerdo.
Volvió a mirar a Pedro, a Doña Remedio y a Verónica, se aseguró, aunque equivocada, de que Don Andrés no hubiera oído nada, y se quedó tan tranquila. Ya había pedido un suave perdón al Cristo. Cantó el gallo, pero ella estaba pensando en cómo quedar bien con sus amigas en la próxima Boda de Verónica y Pedro, y no le oyó.

TERMINACION DE LA PARABOLA PARA EDUCADORES Y MAESTROS.
(No entran aquí los simples profesores o enseñantes que sólo trasmiten ciencia y no vida)

ORACION DE DON MIGUEL.

Don Miguel, que había sido primero profesor de Pedro, luego tutor y por fin Director del Colegio, desde la Capilla del Santísimo, donde cada día iba a hacer su media hora de meditación obligatoria, también le había escuchado.
¡Ay! ¡Pedrito, Pedrito, por dónde nos está saliendo! Ya le decía yo a tu madre en las tutorías, su padre nunca vino por aquello de estar siempre fabricando pesetas, bueno, ahora euros,”a Pedrito no se le puede mimar tanto”. No, si yo soy recia con él. Mire come de todo y cuando no le gusta una cosa se la dejo para la noche. Estudioso es estudioso como el que más. Saca muy buenas calificaciones y su padre está muy orgulloso de él, pues será el economista más joven del país llevando una empresa de las más grandes.
Sí, a los trece ya tubo moto y su padre lo inunda de regalos y caprichos, pero compréndalo, su padre no tubo nada con la guerra y la ruina de la fábrica del abuelo, y no quiere que le falte nada a sus hijos de lo que le faltó a él.
Nosotros, los profesores, no podemos luchar contra la educación en las familias que destruyen por la tarde todo lo que con tanto trabajo hemos fabricado por el día en el Colegio, tantas veces contra corriente.
Mira a José, que también está ahí, en el último banco, todo lloroso porque María, su novia, está embarazada. Menudo sinvergüenza y descarado era desde el preescolar. En quinto llevó al Cole unas revistas pornográficas que le había quitado a su padre o a su hermano mayor, no se supo nunca bien a quién, él que al padre, la madre que al hermano, y las paseo por toda la clase entre sus amiguitos, escondiéndolas entre unas piedras de un muro semiderruido que había en un descampado, barranco abajo del Colegio.
Cuantas veces nos llamaron del Colegio de las chicas, que no hacían, él y su panda, más que molestar el recogimiento y sosiego de las niñas, que las esperaban a la salida, que las acosaban y que entre ellos y algunas de ellas más saliditas corrían las cartitas y los avisos para quedar o escaparse a la discoteca. ¡A los quince años y falsificando el carné de identidad! Y ellos con tal que pagaran, ya sabían a quien sí y a quien no, adentro.
Y luego, claro, pasa lo que pasa. Los apartamentos sin los padres en el Sur en las playas, las escapadas a las zonas nudistas, mejor desnudistas, las risitas cuando ellas veían lo que no tenían que ver de los turistas, o ellos de las turistas, el leguaje furibundo del sexo, “tener hambre”, “comer”, “darse el lote”, y otras expresiones que ni me atrevo a contarte, “esa”, así de despectivo, “esa es servicio público”, pero a pesar del desprecio pasaba por todos los brazos cuando no toqueteada por todas las manos.
Bien, ahí lo tienes. Y sus padres todos estos años en Babia. Reuniones, salidas, viajes al extranjero, cenas, diversiones, espectáculos, conciertos, y un sin fin de obligaciones sociales que le llevaban a dejar al pobre José y sus hermanos en manos de las sirvientas y criadas. Yo no sé cómo su madre se acuerda del nombre de los seis hijos si casi no ha convivido con ellos, pues cuando ellos se levantan para ir al Cole ella duerme, quizás con una copa de más, no borracha claro, y cuando ellos ya están dormidos, llega de alguna de sus “escapadas” con su marido, eso sí, siempre con Juan, entra en el cuarto, les da un beso en la frente, ya dormidos, y se va al suyo. Bueno, José lo expresa de una manera casi sangrante:”Dice que cuando llega entra en nuestras habitaciones a darnos un beso” Aún me duele la confidencia.”Dice”.
Sábados y domingos, en “nuestro”, sí, nuestro yate o en de alguno de sus amigos, los niños no, son un estorbo, a pescar, bueno a pescar casi una melopea, se quedan siempre en el límite, porque pescar, pescar, sólo lo hace sus amigos Alberto y Sebastián que esos sí son verdaderos aficionados y se gastan una fortuna en aparejos y arreos de pesca.
Y luego la manía de ahora de irse de viaje con la novia, solos, a todas partes. Y por ahorrar, sí, por ahorrar, una sola habitación en los hoteles, por pareja, claro, cuando van varias, o todos en una sola tienda de campaña si se van de camping.
En alguna de esas escapadas me la dejó preñada a la pobre de María, que en el fondo es una inocentona.
Miró al Sagrario donde está el Señor. El de las Bodas de Caná, el del Pozo de la Samaritana, el de María Magdalena y el de la Parábola de los dos hombres que subieron a orar al Templo.
Y en el silencio de su alma le confesó al que lee la verdad en el fondo de todos los corazones: nosotros sembramos y sembramos. No nos toca recoger. Pero a veces la simiente no cae en tierra buena o la ahoga la cizaña o la dureza del camino. Hemos trabajado toda la noche y “nuestras redes” están vacías. Y cuando tú nos mandas “echar las redes de nuevo para pescar”, cuando no es nuestra palabra, ni nuestros organigramas, ni nuestros programas por ordenador, ni nuestros planes tan trabajados en mil reuniones, ni nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestra eficacia y en nuestras fuerzas, sino que se sustenta todo, todo, todo, sólo en tu palabra y en tu mandato, son “tus redes”, vuelven tan llenas de peces, “que se rompían del peso”. Quizás yo, Señor, puse a Pedro y a José sólo en “mis redes” y así me fue. Y ahora espero disculparme acusando a la familia y a la sociedad. Cuando yo se, porque me fío de tu palabra, que la tuya en mis labios, si de verdad soy “de los setenta y dos discípulos” y “profeta” tuyo, si es la tuya, lo puede todo.
Por eso no puedo mentirte. Yo soy el maestro, el educador, el responsable, quien debió conducir y formar a Pedro y a José, como humildes y limpios hijos tuyos. ¡Perdóname, Señor, perdóname, Señor!
Cantó el gallo y Don Miguel lloró amargamente.

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